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Diario Zen – Julio : yendo de vacaciones.

Cuando las actividades se unen, ¿cuándo es el momento de desconectar?. Las vacaciones son el momento ideal para ello, y nos invitan a acercarnos a una de las prácticas más espirituales: al arte de relajarnos.
Una buena noticia: el arte de la relajación se puede practicar ahora mismo (incluso si aún no estás de vacaciones o si ya te has tomado todos tus días de asuntos propios), ¡y es grátis!
Tomarse tiempo de esta manera tiene la ventaja de crear un descanso en el constante transcurso de los días: desde el momento de descanso (desde el momento en que paramos) una sorpresa o algo asombroso puede ocurrir, lo cual nos permite redescubrir un mundo más allá de nuestra experiencia normal. Dios Mismo, desde la altura de su espléndida perfección se dió a sí Mismo este maravilloso espacio: “¡Al séptimo día descansó!”. Y gracias a ese descanso, a esa maravillosa inspiración, se recreó al crear el mundo…

Aprende a parar.

No es tan fácil parar cuando todo se está acelerando y la distracción es la norma. Para empezar, la práctica más sencilla es sentarse frente a una ventana….y no hacer nada. ¿Suena estupido?. Para nada. Sin meta, sin idea de beneficio, simplemente estando presente en lo que hay. Es realmente como el comienzo de una aventura, ya que no tenemos ni idea de lo que pueda pasar. ¡Presta atención! De la nada puede surgir el esplendor del momento (o una paloma perdida). El ejercicio es desconcertantemente simple. No hagas nada. Un minuto de silencio dedicado a observar, a escuchar, a sentir. Cuerpo y mente están directamente conectados, esta pausa tiene el beneficio de parar o calmar los ritmos del cuerpo.También, piensa en respirar adecuadamente y en dejar tus pensamientos ir y venir.
La clave:​ ésta es una práctica para ser aprendida poco a poco, progresivamente, dándonos tiempo para amansar el vacío.
Para añadir:​ hay una buena posibilidad de que si este minuto de descanso te ha hecho sentir estupendamente, estarás tentado de prolongarlo…2,3,4,10,20…minutos. Y permite que surja esta frase de Durkheim: “La voz del silencio es la de la maduración del fruto”.

(Traducido por Sandra María [Sao] Santisteban Delgado).

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